miércoles, octubre 05, 2005

Y a mi me da igual...

Me levanto de la cama y en la radio suena una canción cuya letra cuenta una historia de un hombre y una mujer que se aman intensamente. El locutor comenta el tiempo que hace en la capital y en algunas ciudades importantes del país. A mi me da igual.

Me ducho, me visto, desayuno y salgo a la calle. En la puerta de la calle pasa una chica preciosa vestida con unos zapatos negros con tacón alto, falda negra por debajo de las rodillas, una blusa blanca ligeramente transparente, que deja entrever la ropa interior de encaje blanca, y por encima una chaqueta a juego con la falda. El pelo moreno lo lleva recogido en una coleta que se mueve de un lado al otro al ritmo de los pasos. Al pasar por mi lado me dedica la mejor de sus sonrisas y me guiña un ojo. Debe tener unos veintisiete años. A mi me da igual.

Espero al tren que me llevará a Atocha en la estación y cuando se dispone a entrar la gente se agolpa para coger sitio en el vagón. Yo subo de los últimos y me quedo cerca de la puerta. Una vez que se cierran me apoyo en la puerta mientras escucho música en mi reproductor mp3. El tren llega a Atocha y me bajo, ahora sí, el primero y me dirijo a la vía de en frente en el mismo andén para coger el que me lleve a Alcobendas. Mientras echo un vistazo al periódico que me han dado en la boca de cercanías de Pirámides cuando oigo un barullo a pocos metros de mi. Una señora se ha caido a las vías y la gente intenta subirla al andé de vuelta. A mi me da igual.

Cuando llego a mi destino me bajo del tren y me dirijo a las escaleras. Las mecánicas son un cuello de botella así que subo, por las otras, de dos en dos los escalones a media carrera. Al salir de la estación veo que el autobús está en la parada recogiendo gente así que arranco rápidamente a correr para alcanzar a subirme. Al llegar aún hay gente esperando. Subo y paso el tiquet del abono transportes por el aparato engargado a fichar a los pasajeros. El autobús arranca y los que vamos de pie sentimos la inercia del acelerón. En la primera rotonda el autobús se avalancha contra un coche que va conducido por un chico hasta golpearlo violentamente. Tras los momentos de incertidumbre del momento, provocada por el desconocimiento del accidente, vemos como el chico que conducía el coche siniestrado está manchado de sangre por toda la cabeza que gotea hacia el cuerpo. A mi me da igual.

Tras el incidente me dirijo a la oficina donde me dispongo a hacer mi trabajo. Hoy me toca revisar los ficheros de log del servidor de transferencias porque el viernes hubo un problema y se perdieron operaciones. No consigo encontrarle una causa justificada así que paso a otra cosa. En este caso se trata de una homologación con la entidad 4B. Tras varios intentos me doy cuenta de que no puedo continuar porque la entidad no ha activado la cuenta de pruebas correctamente. Así que paso a otra cosa, que por problemas de red, no soy capaz de resolver. Un día entero de trabajo desperdiciado. A mi me da igual.

Tengo apenas una hora para comer en casa. Paso diez minutos engullendo para irme directamente al ordenador a mirar el correo electrónico. No hay nada. A mi me da igual.

Después de visitar algunas páginas web y leer algunos artículos informáticos me voy a clase. Dos paradas antes de Leganés se sube una chica con un carrito de bebé y dentro una criatura que se agita debajo de la ropa del carro, quizá deseando salir de allí o simplemente como si de un acto instintivo se tratara. Sonríe cuando lo miro, una sonrisa que podría dar esperanzas de vida a un enfermo terminal. A mi me da igual.

En clase aguanto la palabrería de un profesor que pretende hacer la clase más amena a base de chistes malos y a veces de no muy buen gusto. La clase al completo se ríe. A mi me da igual.

De camino a la estación de vuelta a casa de clase, se me acerca un chaval con el pelo engominado formando una cresta y me dice que le de el dinero amenazándome con una navaja. Despacio saco la cartera del bolsillo y se la entrego avisándole de que no llevo nada de dinero. Se da la vuelta y sale corriendo. Como poseido por un espíritu salgo corriendo detrás de él y la furia de esta escoria de la sociedad me hace alcanzarlo y tirarlo al suelo y sin permitirle articular palabra empiezo a propinarle puñetazos en la cara, cabeza y cualquier otra parte que alcanzo. Cuando ya ha dejado de oponer resistencia y sólo se oye un ligero gemido le miro en los bolsillos y busco mi cartera y la navaja. Cójo esta y se la coloco en el cuello y le digo que si me vuelve a ver en la calle que se cambie de acera si no quiere tener problemas. Sangrando y con grandes heridas se va cojeando y emitiendo pequeños quejidos a cada paso. A mi me da igual.

Al llegar a casa me ducho, ceno y en lugar de ir al ordenador como viene siendo habitual me dirijo a la habitación grande de la casa y me asomo a la ventana. Desde la altura a la que me encuentro la gente abajo tiene el tamaño de pequeñas hormigas que caminan unas detrás de otras hacia el hormiguero que es la boca de metro. Con la caída desde esa altura se estrellaría uno a tal velocidad que se esparciría por todo lo ancho de la calle. Alzo un pie y lo coloco en la cornisa que hay por dentro de la ventana para poder sacar todo el torso por la ventana y notar la brisa que corre esta noche. La brisa es más fresca cuanto más saco el cuerpo. Cuanto más fresca más ganas tengo de salir. Subo una pierna encima del marco de la ventana seguida de la otra y me siento en el borde de la ventana. Mi cuerpo ahora mismo esta completamente fuera de la casa. El abismo no es tan lejano. Y a mi...

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